viernes, 11 de junio de 2010

Princesa

A menudo, y por costumbre o
hábito,
habito la orilla del momento,
a una distancia equis,
de tu silencio
de tu ceguera,
que no es dolencia
sino más bien el espacio donde eres,
un castillo, un vestido de seda,
un bosque, la luna,
quizás un príncipe,
o un baile.

Ahí me quedo: quedo.
Orillando,
casi un fantasma,
un nada
casi la ausencia
sin reSpiro ni exclamación.

Me quedo con el regalo hija,
tu silueta niña,
que susurra colores y aromas
levantando mundos
que se sostienen en tu inocencia
y que respiran de tu belleza.
A esto fui invitado.

Podrían entonces los queltehues
que en estridente ritual,
no anunciar la lluvia que se nos viene,
que quiebran el regocijo y el orgullo
de quien agradece
que en esta orilla
seas aún mi princesa.

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